Mi vida en los cacaoatales

Anécdota I: ¿Y esos polvos son mágicos abuela? 


Mi abuela estaba amasando un polvo de tono marrón sobre una mesa de madera, yo había visto a mi madre hacer tortillas pero nunca había visto algo como ese polvo extraño. Me acerqué a observarla con mucho interés, en aquel entonces tenía 7 años y por primera vez era consciente de estar de visita en casa de mis abuelos, toda mi infancia hasta ese punto de la vida la había pasado en otra ciudad. Dos días de camino y los costos del viaje impedían que mis padres nos llevaran a su pueblo de origen más a menudo, por lo que este nuevo mundo que apenas descubría me era atrayente y desconcertante. No fui capaz de contener mi curiosidad y pregunté a mi abuela qué era aquello que amasaba y ella dejando escapar una pequeña sonrisa,  me respondió que era chocolate. Me fue imposible imaginar como ese polvo se transformaría en lo que mis pocos conocimientos me permitían concebir como chocolate, mi menté se limitó a imaginar una barra de chocolate comercial, de los que tienen leche y azúcar y que gustosamente hubiese podido comer todos los días durante el recreo escolar. Me emocioné mucho imaginando todas las barras de chocolate que se podían obtener de ahí, incluso traté de verme comiéndolas, seguro mi abuela me regalaría una o dos.
Entre nuestra conversación de esa tarde, mi abuela me explicó que había llevado cacao, canela y azúcar al molino, y que ese polvo era una mezcla de esos tres ingredientes. Yo había escuchado del molino anteriormente porque mi madre contaba historias de su infancia, en las que mi abuela materna la mandaba a las cuatro de la mañana a moler el maíz para que cuando  sus hermanos despertaran, el desayuno estuviera listo. El molino fue una constante en las historias de mi madre durante mi infancia, y es que sus historias comenzaban muy temprano y moliendo maíz. Siempre lo imaginé como un molino de agua, similar a los que aparecen en películas chinas y no fue hasta 7 años más tarde cuando por fin pude conocer el dichoso molino, que resultó ser una maquina de metal que parecía prima de las maquinas tortilleras. No me impresionó tanto como esperaba, disfruté más al imaginarlo cuando de pequeño escuchaba las historias de mi madre.
Mientras creaba imágenes de la niñez de mi madre en la cabeza, ante mis ojos pareció ocurrir magia cuando el polvo que mi abuela amasaba se derritió y humedeció, ahora sí era más parecido a la masa del maíz, pero su consistencia densa y el color marrón no coincidían con el de las tortillas. Mi abuela mezcló la masa con fuerza una y otra vez hasta que pareció estar satisfecha con el resultado, mientras yo pensaba que esto era quizá lo más increíble que jamás había visto, mi abuela me pareció poseedora de un conocimiento mágico difícil de comprender ¿Qué provocaba la transformación del chocolate? fue una pregunta que sólo pude responder en años recientes. 
No era la primera vez que mi abuela hacía esto, en una caja tenía moldes redondos, los cuales rellenó con la masa morena y vació las figuras circulares que formaba sobre una bandeja. A pesar de haber quedado atónito por lo ocurrido minutos antes, dediqué mi tiempo a imaginar que estos círculos eran galletas y seguramente irían al horno como cuando mi madre hacía pan en casa, sin embargo albergaba  la duda en mi conciencia del porque no hacía barras más parecidas a las golosinas que yo comía en la escuela, ya deseaba que estuvieran listas. Una vez que la bandeja se llenó mi abuela colocó sobre los chocolates circulares un trozo de papel estraza que los cubrió, continuó llenando la bandeja con otra línea de círculos, y  al terminarse toda la masa, en lugar de llevar los círculos al horno como yo esperaba que hiciera, los llevó a un lugar fresco y seco de la casa. Desprovisto de respuestas para lo que ocurría, me atreví a preguntarle en cuánto tiempo estarían listos, pero creo que mi abuela me dio la desalentadora respuesta de que los dejaría en reposo por al menos un día. Esperé  dos o tres días antes de finalmente descubrir el resultado, que en realidad era chocolate de mesa, un poco duro para comer, pero parecido al que mi mamá compraba para hacer chocolate caliente, así que un poco decepcionado hube de quedarme sin las golosinas que deseaba. 
Más tarde descubrí que también mi abuela materna hacia chocolate, en una que otra ocasión tuve la oportunidad de observarla mientras lo preparaba, pero en lugar de utilizar moldes como mi abuela paterna, hacía una tira larga con la pasta, y después la cortaba con un cuchillo en rodajas más o menos del mismo grosor. En aquel entonces yo pensaba que el chocolate de los moldes era más atractivo, sin embargo siempre fue mi abuela materna a quien imitaba mientras cortaba rodajas de plastilina durante mis juegos infantiles. Mis abuelas me demostraron en la infancia con sus acciones, que el chocolate es parte de la historia de mi familia y de la región en la que nacieron mis padres. Un día supe  el nivel de importancia que tenía al descubrir un libro sobre la historia del chocolate donde se mencionaba que la región en la que por generaciones vivió mi familia, es la misma en la que los Olmecas  utilizaron la semilla del cacao para hacer una bebida caliente por primera vez hace ya más de 3000 años y fue esa bebida probablemente el primer chocolate que un ser humano tomó.

 

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